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Tu mal de ojo se extendió como un halo ácido toda nuestra vida. Te escondiste detrás de una máscara de bondad y buena voluntad. Erigiste la bandera de la corrección y la perfección, custodiada por las instituciones guardianas de las buenas costumbres y la Inquisición femenina. Defendiste al patriarcado en tu cuerpo de mujer, mancillándonos con condenas y siendo la verdugo de las mujeres más pequeñas de la familia, entre ellas yo. Los hombres tampoco se escaparon de la jaula mental y la cárcel acusativa de tus pregones que como ataques psíquicos nos golpearon el Alma una y otra vez sin que los demás se dieran cuenta del maltrato emocional, energético y Espiritual que nos hacías a tus sobrinos y sobrinas. Sobre todo, el ataque energético.

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